Estaba mirando con atención el círculo espiritual en el que los
símbolos lencas y garífunas ya son inseparables; pensaba en cuánto se
han unido estos pueblos, cuánta fuerza les ha traído incluso el dolor
del asesinato de Berta y cómo nos han incluido en esa antigua fuerza de
la tierra y el mar.
Pensaba en lo garilenca que me gusta sentirme para ser parte de esta
gente hermosa, luchadora, espiritual, con la risa a flor de labio por la
vida buena y las manos tímidas para el saludo. Las velas estaban
encendidas del lado donde no había mucho viento. Pascualita hacía sus
oficios antiguos y sonaban los tambores y cantos oscuros. Estaban los
ancestros y ancestras, Berta, entre ellos, diciendo que no debemos
parar sino arreciar la lucha. Del otro lado del cordón policial
protector del ministerio público había funcionarios curioseando,
algunos riendo con esa risa tan típicamente racista con que miran a
quienes son tan parecidos a ellos.
Escuché ese sonido particular de las botas antimotines que se mueven
con ritmo, y una voz que decía, no tengan miedo compañeros, pero a eso
estamos casi habituadas en los últimos años. Giré y alcancé a mirar como
tenían a una compañera periodista apretada contra un muro, quería pasar
el cordón antimotín para hacer su trabajo, ella discutía
acaloradamente. Fue lo último que vi porque de ahí vino el ataque.
Fue un ataque. Llegaron con la consigna de atacarnos, y así lo decía
el encargado de la operación: son unos bandidos, delincuentes, unos
salvajes, se refería a la gente del COPINH y de OFRANEH que eran la
mayoría de la movilización para azuzar a sus hombres armados. Salvajes
es la manera en que cristobal colón nombraba a los habitantes de estas
tierras. Cuánta antigüedad tiene esta palabra, cuán viejo este
desprecio.
Recientemente un taxista que me condujo al lugar de la movilización
decía, ya pasó la tanqueta, ya los van a mojar, pobres copines, los
matan, los gasean, los golpean, sólo a eso vienen aquí. Vaya profecía
del taxista, vaya experiencia y conclusiones tan claras. Sólo a eso
vienen aquí. Una señora en el mismo taxi dijo; Es que como mataron a la
muchacha, aunque fue ya días eso, ¿verdad? Sí, le contestó el piloto,
pero no han hecho nada. Aquí nadie va a hacer nada por ella.
Déjeme en la esquina, le pedí. Sí, siete meses y 17 días exactamente que mataron a la muchacha, nuestra muchacha Berta.
La gente de Berta estaba ahí. La gente de las montañas y las costas
que llegan con sus cipotas porque todas y todos quieren venir a exigir
justicia, porque son mujeres, madres, lencas, garífunas, luchadoras,
dignas, íntegras, legítimas con derecho a exigir justicia y a hacer lo
que les dé la gana que para eso son personas autónomas. Porque como dice
Rosalinda, no es a un perro a quien mataron, mataron a nuestra hermana,
a Bertita, y tienen que pagarla. Pero acá vienen a que les tiren gas,
los persigan, los golpeen, se rían de su manera de hablar, de vestir. A
que otras mujeres tan pobres e indígenas como ellas, enajenadas por la
versión de los vencidos digan, cómo vienen acá con esos niños, qué
madres tan irresponsables. A que unos idiotas funcionarios públicos se
rían de ellas tras los cristales en vez de defenderlas como les
corresponde; a que la gente de tegus desde sus prados les maldiga y les
grite porque obstaculizan el tráfico, mientras huyen de la tanqueta. Y
hay que decir que también fue gente de aquí la que les dio agua mientras
se ahogaban en el gas, la que les llevò en brazos, las acompañó a sus
buses y les abraza con un cariño y un reconocimiento enorme. Gente que
llora de indignación y rabia al ver a una niña perdida entre los gases,
temblando como una hojita.
Fue un ataque. De esa manera nos dicen directamente y de una vez cómo
van a seguir las cosas, tal como lo han venido diciendo todo el año:
asesinatos, atentados, falsos positivos, judicialización, negación
sistemática a todo tipo de justicia. Apenas anoche mataron a otro
dirigente campesino y hoy reprimen y persiguen, por más de una hora a
una movilización indígena pacífica. Los diarios y medios de comunicación
hacen su parte y su publicidad asquerosamente racista, donde vuelven a
señalar a los caminantes como los agresores, como los provocadores de la
rabia policial. Todos están protegiendo a sus amos, el estado asesino
de Berta, la empresa privada, los banqueros, las coalianzas y sus
peajes.
En este tiempo la represión se agudiza. Quiero pensar que alguna
gente del mundo de los derechos humanos esté leyendo esta nueva
situación y sus salidas de emergencia que no sean las que les agenda la
cooperación, que las pone a correr hasta el agotamiento para enfrentar
las emergencias que sólo van en aumento.
Quiero no pensar que hacen lo que hacen sólo por trabajo y sus
ingresos, viajes, privilegios, posibles premios. Que los discursos
ardientes que hacen en el extranjero en los pocos minutos que les
permiten, los pueden encarnar aquí donde corresponde hacerlo, en los
momentos más brutales. Quisiera creer que se asumen como sujetos y
sujetas políticos, y no sólo contabilizadores de desgracias. Sueño
despierta con que dejen al gobierno represor solo, visible ante el mundo
en lo que es, que ya no se crean su cuento de los mecanismos de defensa
de derechos humanos, que no vayan a sus mesas, a sus ceremonias, a sus
relatores de cuentos y leyendas. Que asuman con todas sus letras que
quien manda a la policía a reprimir, quien gaseó a esas niñas esta tarde
es el mismo aparato que les dice que están haciendo todo lo posible por
defender a quienes luchan y les entretienen en burocracia; y que en el
fondo de los fondos los que pagan todo el show son los antiguos aliados
de los represores, porque los indios y negros más vale muertos o
sirvientes, pero no alzados, disputando al viejo mundo el agua y los
bosques, las ideas, la vida placentera para todas y todos y no sólo
para poquitas, porque así no es la cosa.
Eso quisiera. Eso me gustaría tanto. Me esperanzo porque conozco la calidad moral de algunas de esas mujeres, aunque bien conozco la de otros; y me entusiasmo cuando veo a las compas de la Red de Defensoras que ponen el cuerpo en sus convicciones y a la altura de los hechos, a pesar de que esto les genera descalificación de propias y ajenas que no desperdician oportunidad para desacreditarlas dentro y fuera del país porque se salen del huacal de la institucionalidad complaciente, heteronormada y bien portada de los derechos humanos, hecha a la medida de la democracia patriarcal.
El tiempo es duro. La lluvia no para. Las asesinadas siguen impunes. Y la resistencia de los pueblos indígenas y negros nos convoca una y otra vez desde su enorme dignidad y fuerza a entender el tiempo, sus señales, su peligrosa complejidad. La brutalidad de hoy, en el momento en que las ancestras estaban con nosotras nos habla de ello, habrá que entenderlo con claridad, cuidado, comunidad valiente y coherencia.
Melissa Cardoza.
21 de Octubre 2016