miércoles, 27 de agosto de 2014

Ataque militar en La Mosquitia no permite que víctimas retomen su vida

Tegucigalpa.

Ante la posibilidad de muerte, por un ataque de desconocidos a la media noche, fue lo que impulsó a Elvia Dolores Suansin, nadar en el frío río Patuca, con su hijo de 15 años, y permanecer en el agua por más de cuatro horas, mientras los que disparaban desde unos helicópteros en la Mosquitia, se iban el lugar.
Ha pasado más de tres años, cuando agentes militares estadounidenses y hondureños dispararon desde dos helicópteros a los pasajeros del pipante que transportaba a 16 de personas desde Barra Patuca a Ahuás, en Gracias a Dios.

En ese ataque, del 11 de mayo del 2012, perpetrado por efectivos de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA)  y militares y policías hondureños, murieron cuatro personas, Candelaria Trapp, Emerson Martínez, Juana Jackson (en estado de embarazo) y el menor Hasked Brook Wood.

Mientras que otros tripulante resultaron con serias heridas por las balas en diferentes partes del cuerpo que los han imposibilitado a retomar su vida normal, y muchos de los daños no se ven a simple vista, porque son de tipo sicológicos que han provocado enfermedades físicas.

Hace unos días, Elvia emprendió un viaje de La Mosquitia rumbo a Tegucigalpa, ruta que no hacía  desde abril del 2011, pese que ella y su familia por motivos de estudios, residían en la capital del país hace varios años, pero habían ido a visitar a sus parientes.

Y es que después del ataque de parte de los militares en Ahuás, es mucho el temor, la inseguridad y desconfianza que manifiesta Elvia Suansin, quien contó su testimonio en el Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras, COFADEH, situación que hace inevitable las lágrimas por los malos recuerdos y el estar entre mucha gente, ruidos y ver personas con indumentaria militar y armada.

Esa noche, Elvia, venia de despedir a su esposo (ahora buzo lisiado) en Barra Patuca, y se hizo acompañar de uno de sus hijos, “íbamos en el pipante de doña Hilda Lezama, que hace viajes a lo largo del río, desde Barra Patuca hacia Paptalaya, yo iba atrás, pero en la parte delantera habían más personas”.

Al momento de los disparos, la mayoría íbamos durmiendo porque era de noche, y llevábamos como seis horas de viaje. Ya íbamos cerca de Paptalaya, por un landín (pequeño puerto de embarque)  que se llama Crupunta, y vi que había una un avión que siempre sobrevuela la zona, en la noche y tiene una luz que enciende y apaga, y al ratito llegaron dos helicópteros, así teníamos tres naves rodeándonos, el pipante quedó en el medio, de ahí, yo me puse a temblar por los nervios, mi hijo seguía dormido, por lo que lo desperté y lo tomé de la mano, relata Nuvia.

“Escuché un disparo desde arriba, y agarrado de la mano con Noé, nos tiramos al río. Empezamos a nadar rio abajo, llenos de temor. Escuché bastantes disparos desde los helicópteros, eran ráfagas de tiros, el ruido era tan fuerte que se me taparon los oídos”.

Los sobreviviente ese estaban ahogando, el menor no podía nadar, y a la orilla pero dentro del agua, se quedaron hasta el amanecer.

Mi hijo me decía “mamá nademos sino nos van agarrar los tiros” me volvió a decir “mamá nademos, si no, nos van a matar, ya me agarró un tiro, tengo un golpe en la pierna”, eso me puso más nerviosa, y yo le dije que no nos separáramos, que intentaríamos nadar, que yo le ayudaría y que me siguiera.

Y así, cuando salió el eso, y se percataron de que estaban fuera de peligro, salieron del rio, y por el monte caminaron hasta la comunidad más cercana, donde se enteraron que había más personas heridas, y horas después, que había otros compañeros de viaje estaban muertos, entre ellos Haskded, el hijo de Clara Wood, quien lloraba desconsoladamente.

Cerca del landín de Paptalaya, estaba lleno de militares y no dejaban pasar a nadie, los vecinos tampoco comprendía que estaba sucediendo, mas que había sido un hecho muy horrible, en realidad no sabían ni cuanta gente venía en el pipante o como estaban. Ya era como las 7:00 a.m., los militares se fueron en varios helicópteros, antes recogieron las cosas que tenían en la posta (retén) militar, desconocemos que hacían ellos ahí, aunque a veces ahí se ponen y no dejan pasar a nadie.

Hasta que ellos se fueron, nosotros bajamos al landín, era bastante gente del pueblo que quería saber lo sucedido. Al irse los militares, bajamos a la orilla del río, y fue cuando un muchacho a bordo de una lancha recuperaba algunos cadáveres.

Aún estaba a dos horas y media de viaje, para llegar a la casa de mi madre, no podía caminar, ni comer. Esta situación hizo que recibiera atención médica a domicilio, y por dos semanas permanecí con fiebre, dolor de hueso, de espalada, la garganta, me dolía todo.  A mi hijo lo iban a curar por la herida de bala, el sanó más rápido.

Pasó el tiempo, yo no sabía nada de las demás personas que viajaban en el pipante, tampoco tenía explicación de lo que había sucedido, relata la mujer.

Como consecuencia de este ataque por agentes militares estadounidenses y hondureños, en mayo del 2001, en la Mosquitia, Nubia y sus hijos perdieron el año académico, tuvieron que quedarse viviendo en Gracias a Dios,  y sufre de alteración de sus nervios hasta el día de hoy, lo que le impide retomar su vida.

Además tienen incomodidad en sus piernas, no puede caminar mucho, se le inflaman las manos y le duele las articulaciones, “por eso ya no puedo lavar ropa, no puedo dormir bien porque cualquier ruido me despierta”, lamenta la joven mujer.

“Antes yo era una mujer sana, capaz de cuidar a mis hijos e hijas, y ahora ellos me cuidan a mí” dijo a COFADEH.

“Antes yo era Elvia, ahora ya no es Elvia, porque soy más pobre que las otras personas enfermas, es horrible, jamás imaginé que me sentiría así, con la presión baja padezco mucho mareos, vómitos, y antes ni tomaba café, ahora debo hacerlo 8para restablecer la presión), mi esposo vive pendiente de atenderme”.

Pese al tiempo transcurrido, las víctimas sobrevivientes y familiares que son de la comunidad indígena misquita, continúa viviendo las secuelas de este terrible episodio, y continúan pendientes del juicio, el cual tuvo la  audiencia inicial del juicio, el 29 de febrero pasado en Puerto Lempira.

Y el COFADEH solicitó una ampliación del requerimiento fiscal presentado por el Ministerio Público para incluir a otras víctimas sobrevivientes del ataque, que fueron sometidas a lesiones, tratos crueles, inhumados y degradantes.

Luego, tras conocer de la disposición judicial, el COFADEH apeló la resolución emitida por el Juzgado de Puerto Lempira, el cual  sobreseyó provisionalmente a los efectivos militares y policiales que junto a agentes de la DEA perpetraron el ataque, aduciendo que pese a que existió el hecho, según el juez, no existen suficientes argumentos, para imputarlos de los delitos, de los cuales se les acusa.