jueves, 31 de julio de 2014

Crónica de un viaje a Vallecito: pueblo garífuna en resistencia

                                                          
                                                                          Daysi Flores, JASS

Salimos de madruga y aun así era de noche cuando llegamos. Íbamos, como parte de la Red Nacional de Defensoras, a mostrar nuestra solidaridad presencial con el pueblo garífuna ante el secuestro del que fueron víctimas Mirian Miranda y sus compañeras y compañeros de la Organización Fraternal Negra de Honduras el 17 de julio del 2014. Una cortina de diamantes nos cobijó al llegar y alivió de una vez la pesadez del largo viaje. La mañana llegó pronto entre gallos y rocíos. El campamento poco a poco empezó a cobrar vida: olores desde la cocina común, movimientos de gente a ritmos casi desconocidos para las almas de ciudad, sonrisas tempraneras, humos de la fogata de anoche… un paisaje que quita el aliento mientras se camina, se descubre y se acaricia.

El huerto común germina mientras el verde de sus plantas se burla del desgaste provocado por los monocultivos que acecharon esas tierras antes de que llegaran las y los garífunas. “La idea de este huerto demostrativo es lograr que Vallecito sea una comunidad autosostenible y no depender de los empresarios” nos dice Karen García de OFRANEH una mujer grande de sonrisa amplia y palabra fácil quien está a cargo del campamento.

Este campamento se alza como un regalo de la vida para combatir nuestra ignorancia occidental sobre la vida, porque aquí se funda una vida nueva, aquí se interpelan las bases de las sociedades y se construye comunidad desde la lógica arrebatada del buen vivir: “Para mi este campamento significa muchas cosas, puede servir para el futuro de nuestros nietos, así como el futuro que nos dejaron nuestros ancestros, así queremos dejar este futuro para nuestros hijos.” Andrea García

“Queremos rescatar estas tierras porque son nuestras…Nuestra hermana es la raíz, es la valentía para nosotras y debemos cuidarla.” Francisca Arriola

Las chicas y chicos nos cuentan de lo felices que están, a pesar de los zancudos, de poder vivir “el ambiente” tan distinto y tan hermoso: se levantan temprano, limpian el zacate, tocan los tambores, juegan a la pelota, aprenden a sembrar la tierra y caminan libremente por el campamento. Las mujeres y hombres de esta comunidad sueñan y construyen con sus propias manos ese sueño. Todos los días, al igual que hoy empiezan sus jornadas al ritmo de los tambores para que les acompañe el trabajo, el orgullo y la certeza de ser.

Yo regreso a la casa donde dormimos para ponerme un poco de repelente y el cansancio comienza a galoparme en las venas y siento unas ganas profundas de quedarme dormida. De pronto, el sonido de los tambores me arrastra por el campamento hasta descubrir su origen: la ceremonia. Tomo algunas imágenes y me quedo ahí, quieta, sintiendo lo privilegiada que soy, sintiendo mi corazón latir al ritmo de los tambores, buscando en mis más occidentales pensamientos el temple para no llorar de la emoción que me generan las danzas, los trances, los olores, los sabores, los sonidos y los colores que mi cuerpo-alma experimenta. Al finalizar la ceremonia cargada de una energía indescifrable nos reunimos con la comunidad y hablamos durante un largo rato sobre el campamento, sus planes, sus necesidades y demandas. De repente, pudimos constatar la llegada del Ministerio Público a tomar declaraciones sobre lo que había sucedido una semana atrás. El fiscal de derechos humanos y de las etnias del litoral atlántico, Dagoberto Martínez, se encuentra acostado en una cama al interior de la misma casa donde dormimos cuando le pido que una entrevista en la que declaró que apenas inician las investigaciones y que no tienen idea de quienes fueron los perpetradores de la retención de Miriam Mirando y todas las y los demás integrantes de OFRANEH. Además, nos explica cómo el Instituto Nacional Agrario es uno de los llamados a solventar este problema y cómo no lo ha hecho.

Ya todo está listo y los víveres entregados. Llega la hora de marcharnos y entre abrazos y besos nos despedimos de esta comunidad que lucha por vivir y construir una vida nueva. Emprendemos camino, cruzamos los campos de palma y el ritmo de los tambores sigue marcando el ritmo de los latidos de nuestros corazones. De pronto, aparece un puente de dos líneas: una para cada llanta y entre el miedo de caer al precipicio resuenan en mi cabeza, al ritmo de los tambores, las palabras de Alvin López de 16 años diciendo con una sonrisa brillante y la mirada inundada de ternura: A mis hijos les voy a decir: miren, yo luche por estas tierras y gracias a Dios, ya estamos aquí.

Vallecito es una comunidad que se construye con el esfuerzo de muchas mujeres que tienen papeles protagónicos en esta confluencia de personas de diversas comunidades garífunas en el caribe hondureño amenazadas por los cambios climáticos, la pobreza, los despojos transnacionales y su complicidad con el Estado. En el campamento de Resistencia Cultural Permanente “Lombardo Lacayo” pueblo garífuna ha abanderado una lucha ardua por más de dos años contra la indiferencia estatal, las inclemencias del clima, el crimen organizado, los terratenientes, incluido Miguel Facusse, los despojos, la corrupción del Instituto Nacional Agrario y la ignorancia occidental con respecto a los pueblos indígenas y sus construcciones comunitarias. Una lucha que a pesar de las amenazas y los secuestros continúa enseñándonos caminos para buscar una vida nueva, no solo para el pueblo garífuna sino para toda la humanidad.